Tan diminuto ante el cosmos. Como alzarse entre incontables puntos en la inmensidad del espacio.
Transformaste lo especial en algo simple. De cámara lenta, a cámara rápida. De luz a oscuridad, de risas de complicidad a llantos de soledad.
Las palabras perdieron valor. Las miradas se apagaron. Las bocas callaron. Los brazos cedieron. Las oportunidades terminaron. El destino murió, el presente ganó. La rutina maldijo. La sorpresa huyó.
Como si fuera retirado el algodón de aquel muñeco dejando una triste carcasa alegre por fuera vacía por dentro.
Y claro los gestos de negación, que confundido estabas, que perdido te encontrabas, que GRAN ERROR.
Cuando uno recibe un golpe tan duro, la estética carece de importancia. Si años de esfuerzos no lograron su fruto es evidente que los instantes no revolucionaran nada. Los golpes de suerte no existen aquí.
No me entristece el futuro, al fin y al cabo es algo que tendré que aceptar, me entristece lo que no pudo ser. Las variables insignificantes que pudieron haber cambiado la ecuación.
Aun así no me arrepiento de nada. Siempre consideré el abanico de opciones y circunstancias que traerían mis acciones y quizá es eso lo que desestabiliza el panorama. Ser consiente que nunca importó y nunca lo hará. Quedan recuerdos, todo lo demás se destruye.
Como si tratara de una horrible broma, o quizás del karma lo que sentí hace muy poco no es para alegrarse. Realmente debí comportarme mal para estar pasando por esto. Asumo la culpa como así también deseo ser recompensado por mis buenas acciones, pero ¿quién decide lo que ocurre y cuándo?.
Ya lo dije antes: los errores que cometo en las decisiones suelo pagarlos muy caro. Y me pregunto ¿todavía no es suficiente?.
El fracaso ocurre tan a menudo que ya me estoy acostumbrando.